lunes, 26 de octubre de 2009

Informàtica

Hoy debía colgar cualquier clase de cosa por acà, pero el dìa me traicionò.

Cuando estaba en el colegio, la bibliografía de mi trabajo de quìmica debía tener una consulta en internet, aquello era por esos tiempos una proeza. Un domingo insistí tanto que mi madre quería volverse loca, hasta que encontró la solución, esa tarde nos fuimos dónde Vicente, un personaje de bigote que vivía en un pequeño departamento por la octava, pedimos el favor.

Tiempo después mamá se fue a Alemania a estudiar y era Vicente quien nos dejaba entrar al laboratorio de computación de la universidad a enviar los correos y después de su regreso a investigar cualquier cosa. La introducción a aquello que hoy me permite publicar todas estas tonterías, se debe a alguien que en esas expresiones pobres con las que describimos a las personas se traduce en “buena gente” , es èl también alguien “humilde”.

Ayer me embarqué en una de esas visitas arrastrada por mis tías, quienes frecuentan al individuo, ya que ha dado clases de matemáticas, computación y todo cuanta cosa ha necesitado esta familia. Cuando accedí se sorprendieron y se apresuraron en la advertencia de que se ha convertido a una religiòn y que por favor no emitiera comentarios. Siendo sincera no me caía mal un paseo de domingo hasta Puerto Marìtimo al atardecer.

Lo terrible era el motivo.

La vida tiene metáforas, las enfermedades lo son, una de las más creativas es el cáncer, completa para destruir todo lo que se puede conservar: el cáncer tiene metástasis y con el tiempo perfecto para darnos cuenta de que nada es suficiente: el cáncer tiene estadios. En el estòmago y terminal esta vez.

Vicente no fuma , no bebe y tiene como tres trabajos. Su primera esposa lo dejó por otro, dicho en sus palabras “por feo” y la segunda decidió quedarse con él “por feo”.

Si bien reconocer a un enfermo fuera del hospital es difícil, este me reconoció a mí y con una frase me hizo perecer en el biopoder de Focault:
La hija mayor de Lupe. ¡ Mi doctora!
Si Vicente, soy Amanda.

Nos brindaron un chocolate y pan porque iniciaban una novena. Yo , a modo de sacrificio y con toda convicción me tomé la taza (tengo un divorcio eterno con la leche). De la misma forma aguanté a los demás visitantes “raza de profesores universitarios de la agraria”, por unos cinco minutos dignos de medalla: ¿Quién les dijo que en la visita a un enfermo se habla de sus problemas de salud? Les hace falta clases urgentes con Margot Manuela, experta en asilos, velorios y salas de hospital. ¡Dejen hablar al enfermo! les habrìa dicho mi abuela.

Me despedí con la certeza de que no lo volveré a ver y mientras escribo el recuerdo de su paciencia para enseñara a mover el mouse y la generosidad para imprimir lo que en pantalla no se podía leer.


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