lunes, 10 de octubre de 2016

Estaba maquinado

Podría no escribir nada por imposible de resumir, por largo que me pudiera quedar, por corto que se quede el homenaje o por lo angustioso que es recordar.

Hasta ahora mis intentos son recuerdos que se agolpan para salir, como los gases de esos últimos cólicos que le dieron a mi padre y que intente calmar con una compresa caliente en el abdomen. Digo también que no puedo escribir nada porque si bien la tristeza es de tanta gente que le quería, para mí aún está todo lleno de dolor, no solo del que comparto con todos, sino del de la enfermedad agresiva y apurada que lo mató.

Podría decir que esto empezó hace dos meses cuando íbamos peleando rumbo a la emergencia del hospital, o hace unos más que llegue de fuera, o hace unos cuatro años que apareció en Santiago de Compostela y nos fuimos a Portugal (rollo de otro post). También pudo haber empezado en Esmeraldas donde llegó a recogerme una vez entregaba una de tantas guardias en el Hospital de Muisne, donde lo presentè con toda mi negrantada y bajamos conduciendo con nuestra bolsa de conchas, recto sin parar,  a merendar en Pedernales. Todo lo arrasado por el terremoto. Nunca le gusto ese destino y al final dejè el empleo.
O cuando hacía las conferencias telefónicas desde la Isla Floreana en Galápagos para pedirle las cajas de víveres que me enviaba, para mí y mis colonos, porque así era él – nadie come solo decía- o antes el mismo día del sorteo de médico rural, en que se sentó escondido entre las gradas mirando al mapa del Ecuador para verificar el puesto de salud al que tendrìa que viajar.  
Y, el comienzo podría ser la noche que salíamos soplados y a gritos desde nuestra casa en el sur hasta el auditorio de la Universidad Católica para mi graduación a la que llegamos tarde por tanto vestido que me tuve que probar.
Parece un principio el del día en que me fui a Holanda a rotar en ese Hospital tan lejos y me embarcó ilusionado, el país estaba mal y todos buscábamos Europa. Pero quizás empezó luego, en una guardia del Hospital Teodoro Maldonado a las que llegaba a llevarme la cena, y las que lo tenían ya tan harto después de un año que decìa “esta hijeputa tenía que salir a las ocho de la mañana y ya es medio dìa, se cree la dueña del IESS”. Si, muchas veces yo doblaba turno y él fue el primero en notar mi adicción al hospital. 
Es probable que el comienzo fuè de estudiante cuando me llevaba al Vernaza, al ETS 1, al psiquiátrico, al Hospital Guayaquil y entre los trayectos con mis compañeros mientras nos hacìa comer encebollado. De pronto la cosa arrancò esa tarde en que regresé a casa de mi abuela a almorzar y decirle que había logrado ingresar a la Facultad de Medicina, o la que puso el dinero sobre la mesa para que me matricule en el preuniversitario. 
Si lo pienso, bien puede ser que empezara cuando llevaba aún el uniforme del Rita y me dijo sin empacho escoges bachillerato en ciencias y luego estudias medicina. Sin embargo,  es altamente probable que este fuera un plan que tenía antes, utilizando sus palabras algo que “ya estaba maquinado”.

El final si, el final lo tengo claro, porque los dolores tan fuertes son así, no deja espacio a la duda. Fue el lunes  3 de octubre cuando la dosis de fentanyl y los rescates de morfina no  hacían su trabajo , que dio su último imperativo;  fue cuando mirándonos profundamente pudimos por primera vez ponernos de acuerdo en algo, había que  apagar las luces… los dos…, solos. Porque las personas como él y yo sabemos que allí todo había terminado.  

Me autorizó sedarlo y llegar a casa junto a mi madre y mi hermana.

Walter Pàez Moreno. Alias Comandante Chernenko. Alias Walterio.
Ingeniero Agrònomo, Artista grabador, Revolucionario y el mejor padre,
Quito 4 de julio de 1950- Guayaquil 3 de octubre del 2016


http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/cultura/7/walter-paez-dejo-abiertas-las-ventanas-de-su-taller
https://www.facebook.com/franklin.briones1/posts/10206382905646152?comment_id=10206423757787430&notif_t=feed_comment_reply&notif_id=14761471597
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NOTA: Mi padre Walter Enrique Páez Moreno entró el 14 de agosto a la emergencia del Hospital Teodoro Maldonado Carbo del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social IESS Guayaquil con una ictericia a investigar, fue ingresado a la Unidad Técnica de Gastroenterologia en donde lo estabilizaron y diagnósticaron de un colangiocarcinoma, patología agresiva y letal, sin posibilidad de actuación. Fue atendido en consulta privada del Dr. Eduardo Marriot Díaz. Recibió cuidados en el Hospital de los Valles en Quito y murió en Guayaquil, en nuestra casa en Miraflores bajo sedación paliativa en domicilio, fui yo, su hija Amanda Pàez García quien hizo el diagnostico de muerte a las 23:24 del lunes 3 de octubre del 2016.

viernes, 5 de febrero de 2016

Adiós. Muchacho.



Vamos a dar la última vuelta me dijiste y nos sentamos en una piedra en el Parque de la Música, al siguiente día me iba de viaje –ni lejos ni mucho- pero en ese momento  nos conocíamos tan poco que  todo tiempo parecía eterno y todo lugar remoto.

Acompáñame a la estación, si, para eso están los amigos, aunque sean nuevos.

Lo que nunca imaginé es que esa despedida tonta  era el comienzo de una historia de varios años y cinco países.  Fue la primera vez que nos despedimos y no me di cuenta, como no me di cuenta la última. Cuando ya las estaciones de bus, tren y aeropuerto eran de diario, daba igual embarcarse a  Viena, La Coruña, Nicaragua, Lugo, Ecuador y hasta China, el último gran viaje, yo como siempre preocupada en vivir no hice ni puto caso, era el final.

Inmediatamente me mandaste un libro que leí con desespero. Al segundo capítulo de “Adiós Muchachos”  un clásico sandinista, ya quería yo ir tras las reglas de Leonel Rugama  durmiendo en el piso y partir a la montaña.  Un generoso regalo dedicado por el autor, pretendiendo que no te extrañe y  para demostrarme cuanto me conoces. De aquella lo lograste, ese fue un gran verano. Sin nostalgias.

Tiempo después, antes de que comiencen las clases  envié el libro para mi biblioteca personal en mi país y lo nuestro lo envié también a una página dorada de lo que ya consideraba mi pasado. Así alegremente.

Pero, lo que pasa es que la vida es una porquería que uno no controla y no me imaginé empezar a recordar ahora que comienzo a recoger de esta ciudad. Desde que nos conocimos cuando tocaste la puerta de mi habitación en la residencia por error; dormimos juntos esa misma noche y unas mil màs , las madrugadas  infinitas de borrachera, los días de verano volviendo del Sar y las tardes en Belvis sin hablar, solo mirándonos.


Si, definitivamente esto no hubiera sido igual sin vos.
Ya cuando Galiza se termina, para que quede constancia de que un corazón tengo y como sé que alguna vez pasas por aquí. Te he escrito esto. Te lo debía.