miércoles, 8 de abril de 2009

Boca de los Corales

En mi calle hay una acera gris

donde se pegan las miradas

del que mira adonde vá.

En mi calle el mundo no habla

la gente se mira y se pasa con miedo.

En mi calle de silencio está

y va pasando por mi lado

es un recuerdo desigual

S. Rodriguez


Hay que ir al centro y espero la 9 en la esquina de mi casa, sin importar nada me pongo los audífonos y me siento al lado de la ventana, sube por el Oro y en el parque frente al colegio de monjas el césped verde brilla, hasta alcanzo a ve el monumento de cobre. A mitad del camino casi me bajo cerca a La Dolce Vita, donde la carta de helados tiene foto, “Frutillas Primavera” o el de ron que en una copa de metal y viene la llama con la explicación de que el alcohol y el azúcar causan combustión. Un lugar de los perdidos que borraron la insignia de ser “del sur”, cuando había que caminar 5km para revelar las fotos, comprar un regalo, un disco o las clases de natación en la Thoret. Ahora el viaje se reduce a escasas ocasiones: mi padre visita a la Toto (nuestra tía abuela aniñada), hay que dar el diezmo a TVCABLE por sus servicios espirituales y cuando a alguien se la ha ocurrido hacerse algo en la Alcívar. En fin que como dice el rey de Saramago acercaron mas de lo que es necesario con un par de Cavernas ( centros comerciales) a lo largo de la 25 de julio.

Pocas cuadras. A esta altura me doy cuenta de la magnitud del desvío, la ruta de la metro vía con privilegio hace que avancemos por General Gómez, veredas duras para quienes tienen que aguantarlas con zapatos de plataformas, veredas duras para quienes tienen que aguantarlas pegadas a una barra.
Es temprano y todo el mundo esta trabajando, la gente camina, se mira y parece que están pensando, en este espacio de ciudad las miradas no se fijan en nada; los colores de las piscinas de plástico, las peluquerías vacías y los uniformes. Aquí se vende lo que se vive, se vive para vender y una venta marca la época, una cadena con un curso grosero, el absurdo ofrecimiento de una docena de pequeños papánoel en pleno mes de abril.

Con el veneno en la nariz, sigo viendo los letreros, ideas de vender:

Bar Romántico, en la planta baja de un hotel.
Café Urbano, en una casa de madera.
Picantería “Dos sin sacar”.

Nombres para la carne débil.

La hora de mi regreso coincide con una más importante, en el depósito de Colón por el Castillo ha llegado el hielo, ahora son pocas carretas las que se juntan a esperar, veo bajar los tempanos y el aserrín. Recuerdo la ansiosa espera del camión con mi amiga para ir a las intactas calles, un día vendiendo agua y colas, otro día a plantar el fogón y los maduros, nos gustaba una esquina de colchones, era perfecta para sacar el libro o comentar el coqueteo de turno con los muchachos del bus. En esas irrepetibles tardes aprendí el arte de dar bien el vuelto, a prender un buen carbón, a dejar vacías dos fundas de chocmelos en dos cuadras y comprar dos más para vender el siguiente día, a gritar y hacer durar la garganta por todo el malecón.

La última vez que vi a mi amiga Diana Llamuca, ya estabàmos en la universidad, ella también quiso medicina pero se fue a Riobamba y estudió educación para la salud. Era el año de la dolarización y a todos nos faltaba todo, las vacas flacas que no dan para solidaridades. Nos conocimos cuando teníamos 12 años, ya para los 15 algo estaba pasando, cerraban las calles y se escuchó como taladraban el río.

Ahora, años después, de cuadra a cuadra, entre Colón y Chile, entre la Olmedo y la 9, para atrás, para un lado y desde el centro, al derecho y al revés, no veo nada. Busco la diferencia y parece el juego de domingo en el periódico, busco la diferencia a pie, busco con voluntad y no distingo. Un tachonar de adoquines me ha dejado daltónica.

A estas alturas, ya la ciudad me duele. Me agarro de un blogero mas experto que suele decir Whyoukillcity.

Este pana, otro bloguero viejo, dueño absoluto de mi primera vez, hace años, cuando exigió que entre aqui para ver esto:

Pensaba en Guayaquil. Y en sus calles, sobre todo cuando sucede que paso por sus calles. Y las recordaba, vestida la piel de azules reptiles, cercano a la humedad de las aceras, sin llegar demasiado a sus bordes.
Cada calle como una burbuja de aire atrapada en lámparas recien apagadas, rincones sin propiedad horizontal, sino vegetal. Y el sudar, el vientre y la luz, el suspiro de las puertas sin abrir.
Una esquina que cierra me abandona a la carne propia de los mares sin sal. El viaje será mas corto si empiezo a contar cada error del paisaje, y en cada uno me detengo como en una escalera pública, sujeto al brocal de nervios.
No me molesta el sonido de los transeúntes, mientras sea mi aliento el que seque el asfalto levantado y el alquitrán


Que Borges le ha escrito un cuento y Manuchao una canción cuando estaba con Mano Negra.

Entonces:
¿Quién les dijo que la Guayaquil es bicolor? O peor , de un solo color, o peor de colores que se pueden saber antes de mezclar. Habría que investigar bien el pedigree de algunas maderas, seguro buscando a fondo encontramos astillas de Alausí o Guaranda, me reiría hasta el mismo día de las elecciones.

2 comentarios:

  1. uy, las astillas escondidas por ahí. este plywood aquí presente tiene afrecho riobambeño, babahoyense, playero y colombiano (así, genéricamente). de pelada todo admitía, menos el riobambeño. regionalista al fin, como buena guayaca.

    en cuanto a los colores, amanda, guayaquil es arcoiris. aunque le pese a los cancerberos de los malecones. una vueltecita por las prácticas sexuales de nuestros 'madera-de-guerrero' huancavilcas revelaría algunas 'novedades'...

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  2. Azuul, que bueno verte por aquí. Lo de Plywood jajajaj me he reido un buen rato y divulgandolo mas.

    Seguro es puro aserrin lo que queda.

    Que visita, refresca, Un abrazo gracias.

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