martes, 30 de diciembre de 2008

Dar de Lactar

En lo femenino, el universo se abre y se cierra , como una ventana dañada. En lo masculino, pasa lo mismo, pero no puedo hablar de ello.

Cada vez que los miro ocurre, es un pensamiento que se atasca en medio de cualquier soledad erótica que se produce en la observación, en el masaje diario después del baño, al esconder su nobleza paseando un escote. Cerca a cualquier instante creciente de perversión, aparece siempre esa nube blanca: alguien pequeño, débil, que debe esperar bajo la sombra, la piedad del alimento.
Una mujer es capaz de deserotizar un pedazo de su cuerpo, piensa que será más amado, pero el lactante, niño o niña, es otro hombre; lo tomará mientras sea su única vertiente y lo seguirá pidiendo cuando lo quiera sin necesitarlo. Entonces ella, lo entregará siempre, perseguirá las suplicas por asientos de buses, salas de espera, parques y aceras, sin saber su destino desolado. El lactante lo olvidará, lo repudiará, cuando conozca la vergüenza, cuando reniegue de la dependencia; cuando crezca y crezca en él la incomodidad y la soberbia.




Imágenes de todo tipo, la del espejo tiene opciones iguales al significado de una palabra en el diccionario.


Regreso a Guayaquil y la compañía de mi primer viaje al centro, me obliga a una interrogante prematura, cuyo tiempo, espacio y protagonistas aún no conozco (si he visto a alguno, mejor creerlo soñado). La calle con valiosos regalos, los obsequios humanos de esta ciudad, que llevan el pensamiento y el cuerpo a lugares no visitados.

Algo más pertinente florece en mi cabeza, lejos de sutiles obsesiones femeninas:



Creer que hay un soplo ahí, el nacimiento o una creación que será exprimida,
mamada y desalojada, como este mundo, como será el mundo.






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